En días pasados, el periódico Reforma realizó una encuesta telefónica donde coloca a Ricardo Anaya como el principal contrapeso que pudiera tener Andrés Manuel López Obrador, como Presidente.
Sin embargo, días después se volvieron a filtrar presuntas acusaciones de Emilio Lozoya, quien fuera Director de Pemex en el sexenio de Enrique Peña Nieto, donde el exfuncionario habría dado 80 millones de pesos a varios legisladores como sobornos; entre los señalados aparece de nueva cuenta Ricardo Anaya.
Estás no serían las primeras acusaciones de corrupción hacia el exdirigente del Partido Acción Nacional, recordemos que en plena campaña de 2018, el “joven maravilla” fue señalado y después exonerado por el delito de lavado de dinero, a lo que el excandidato presidencial del PAN, sentenció como “persecución política” por parte de la entonces Procuraduría General de la República.
En aquella época, Anaya fue acusado por haber vendido de manera fraudulenta una nave industrial, por la cual habría obtenido 54 millones de pesos. “El uso faccioso de las instituciones” fueron las descalificaciones de Ricardo Anaya ante lo que catalogó como un negocio legal, lo que fue corroborado después en el expediente del caso.
Desde aquel momento, el PAN atribuyó la andanada en contra de su candidato al gobierno de Peña Nieto, cacería que fue utilizada por López Obrador para “hacer leña del árbol caído” y para “llevar agua a su molino”. “Haiga sido como haiga sido”, Anaya no pudo repuntar en las encuestas y quedó en segundo lugar después de AMLO, con 12 millones de votos, 22% de los sufragios de la elección.
Desde que Emilio Lozoya “rompió el silencio” y acusó a presuntos beneficiarios de sobornos, Ricardo Anaya ha estado en la lista y a decir de sus allegados, de manera forzada para hacerlo quedar mal. Él mismo se ha encargado de desmentir las acusaciones argumentando que se trata de información “absolutamente falsa”. “Yo apoyé la reforma (energética) con absoluta convicción”, señaló en una carta abierta a la opinión pública.
La realidad es que, al margen de las acusaciones, las filtraciones y los rumores que siempre han acompañado a Anaya a lo largo de su meteórica carrera política, donde los señalamientos de “traidor”, “corrupto” y “trepador” han estado a la orden, hablamos de un “cartucho quemado”, de un hombre de dudoso prestigio y buen nombre, que difícilmente podría hacerle contrapeso a López Obrador.
Yo no se si todo este “circo mediático” en torno a Lozoya sea un distractor, la famosa “caja china”, sin embargo, lo parece y más que ello, se vislumbra como una herramienta eficaz para desprestigiar a una oposición ya de por si desprestigiada, disminuida y quizá hasta “moralmente derrotada” como señalaría en su oportunidad el Presidente. A esto habría que sumarle los nuevos “videoescándalos” más lo que se acumule las semanas por venir.
El hecho de que Anaya sea considerado una opción, habla de que carecemos de liderazgos, de buenos nombres, de políticos éticos e íntegros, de lo que, tal vez en su momento fueron las características que llevaron al poder al mismo López Obrador. Y es que a pesar de todo, AMLO sigue siendo un hombre popular, con un gran poder y sin contrapesos, dentro del mismo gobierno que encabeza y ya ni se diga, fuera de este.
Urge un líder (o lideresa, claro), alguien que tenga “los tamaños” para debatir, señalar, esgrimir, sustentar, sostener y defender a los mexicanos decepcionados por una 4ta. Transformación que no alcanza, que no da resultados, que no está a la altura de la popularidad que ostenta el Presidente, ni de la esperanza prometida.
La falta de contrapesos puede llevar al autoritarismo, a las malas decisiones y acciones, a lo que ya se ha empezado a evidenciar en la actual administración que, si bien es cierto que heredó un país resquebrajado en lo económico, político y social, estamos viendo la debacle donde, para colmo de males, la pandemia parecería estarle dando el tiro de gracia.
Así que, por el bien de todos, primero un contrapeso.
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