sábado, 23 de septiembre de 2017

¡Vivos y de pie!



"Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano".
-Martin Luther king-


Quizá como siempre en estos casos, la tragedia ha sacado lo mejor, pero también lo peor de la condición humana. El sismo del 19 de septiembre del 2017, volvió a cimbrar no sólo la tierra, sino también despertó los ángeles y demonios que todos llevamos dentro.

Al igual que tú, que muchos, no podía creer que fuera cierto, cuando dos horas con 14 minutos después del simulacro, la tierra se movía sin clemencia alguna. Parecía una broma de muy mal gusto. Mientras huíamos despavoridos hacia la zona de seguridad, por mi mente pasaron ideas tan locas como la posibilidad de un ataque nuclear por parte de Corea del Norte y hasta una guerra desatada por Trump. Todo menos aceptar que fuera la tierra misma, la que conmemoraría con otro terremoto casi igual, la desgracia ocurrida 32 años atrás.

Sucedió en horario de trabajo, por lo tanto, en esta ocasión, además de vestir con decencia, tuve tiempo de tomar mi celular entre las manos y, después de ver las caras de angustia de mis compañeras, quienes lloraban mientras rezaban e incluso se hincaban en medio del colapso, opté por grabar el momento de angustia, terror y pánico que estábamos viviendo todos por igual.

Después, la incomunicación casi absoluta. Sólo el radio de un automóvil del trabajo, dejaba escuchar la voz de Adriana Péerez Cañedo, quien, frente a la poca información de que se disponía, trataba de calmar los ánimos. La comunicadora suponía una tragedia colosal como la de 1985. No se equivocó.

Ante la imperiosa necesidad de estar informado, estuve escuchando la transmisión por un par de horas, hasta que logré entrar en contacto con familiares y amigos, quienes sólo querían saber de mi, ante la situación apocalíptica que ya ventilaban todos los medios alrededor del planeta. Como era de esperarse, las televisoras, redes sociales y todos los medios habidos y por haber, ofrecían transmisiones especiales para dar a conocer toda la información que les era posible dar minuto a minuto.

Con celular en mano recorrí la col. Juárez, para documentar todo lo que veía a mi paso. En la zona la evidencia de la tragedia era notoria. Grietas, cristales rotos, sirenas, edificios colapsados y ríos de gente, que, cual éxodo o película del fin del mundo, recorría las calles ante la falta de transporte.

Ya no supe si era mi instinto periodístico o el temor de regresar a casa y estar incomunicado casi de manera total, lo que me hizo vagar por la calles documentando todo y a todos. Ya de noche, frente a la televisión y, después de verificar que mi casa estuviera bien, con el celular brincando de una red social a otra, me fue difícil conciliar el sueño, entre otras cosas, por el temor a una nueva sacudida. Necesitaba saberlo todo, absolutamente todo sobre la tragedia que, de nueva cuenta y en la misma fecha, volvería a enlutar al país entero.

Otra vez, habían sido los mexicanos de a pie, quienes habían tomado el control de la situación. Como 32 años atrás, cuando el gobierno de Miguel de la Madrid fue rebasado por la tragedia, la población mexicana llegó primero que la autoridad a rescatar, a salvar, a ayudar, a recolectar víveres, a ofrecer sus manos para retirar escombros, abrazar, cargar, apoyar y darlo todo por los caídos.

A la mañana siguiente, en medio del dolor, me dio gusto ver que, al igual que yo, el súper se encontraba lleno de almas deseosas de adquirir productos para donar. La cantidad, el monto, daba igual, la cosa era ayudar. Junto a algunos vecinos llevamos apoyo a uno de los cientos de lugares que fueron habilitados para tal efecto. Como el día anterior, documentar lo que sucedía se volvió parte de mi labor en estos fatídicos días.

De ahí vendría la información de asaltantes que aprovecharon la confusión para hacer de las suyas. Al mismo tiempo, las noticias falsas inundaron la red. La sobreexposición de información, junto con la historia de la niña Frida Sofía, puso en vilo a México entero. Después se sabría que tal noticia, había sido, tal vez y ante los antecedentes de sus emisarios, una maquiavélica invención. Aún no me queda claro si fue Televisa o las autoridades o ambos o la casualidad, lo que alimentó las esperanzas del pueblo, como lo habría hecho "Monchito", 32 años atrás.

Seguí recorriendo y documentado zonas devastadas. Hice largas filas en el centro de acopio de la Condesa, donde mucha gente (en su mayoría jóvenes), al igual que yo, quería donar parte de su tiempo y esfuerzo, poner su granito de arena para solidarizarse ante la desgracia. Se volvió habitual para mi, acudir a dicho lugar a tratar de sentirme, no un héroe, pero si menos inútil ante la difícil situación, además de agradecido por estar bien.

A pesar del paralelismo, hay grandes diferencias entre este y el 19 de septiembre anterior. Las redes sociales han marcado la línea, para bien y para mal. Y es que, además de informar, comunicar y mantenernos conectados en tiempo real, Facebook, twitter o Instagram han servido para exorcizar el miedo que todos sentimos al oír cualquier ruido "raro" o alarma que nos recuerde a la alerta sísmica. Las redes nos han permitido expresar nuestro pesar, el malestar ante la desgracia. Hoy se vale llorar, abrazar, irse, refugiarse, escapar. Leí por ahí que el peor sufrimiento es el que se vive en soledad.

Y con esto me quedo, con el raudal de apoyo de México y los mexicanos ante la desgracia. En medio de la demagogia gubernamental, con Peña Nieto a la cabeza y frente a un discurso falso y mal articulado de la Primera Dama, ante los abucheos de Osorio Chong en el lugar de la tragedia, junto a las evidencias de que Graco Ramírez y su esposa (y otros políticos), han querido apropiarse de los víveres para hacerlos pasar por suyos en Morelos, y al lado del reality show de Frida Sofía.

¿Y qué tal los partidos políticos, con el PRI al frente, queriéndose curar en salud ante el repudio del pueblo, pretendiendo donar un dinero que no es suyo? Esto es lucrar con la desgracia, que no se hagan pendejos. Al margen de todo ello queda la grandeza de un país, como no hay otro igual.

México no volverá a ser igual. nunca, jamás. Este nuevo 19 de septiembre nos volvió a marcar, tanto o quizá más que el de hace 32 años. Los héroes anónimos salvando vidas, recogiendo escombros, recolectando alimentos, brindando apoyo a diestra y siniestra. Ha sido impresionante, en verdad, ver las zonas devastadas, los centros de acopio, los albergues, llenos de seres humanos decididos a dar la vida por los demás, por los que sufren, por los que no tuvieron la suerte que tuvimos muchos, la mayoría, de estar vivos y de pie.






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